Valentía Inesperada.
Habían días buenos y días malos, días de valentía y de miedo…Y días llenos de emociones.
Leandro era diferente a los chamos de mi edad, trabajaba y con eso pagaba parte de su matrícula, recibiendo ayuda de sus padres, claro. Era algo tímido pero muy buena persona una vez que se le conocía, sin darme cuenta, un día desperté con la certeza de que me gustaba, solo así, sin nada que refutar. José David había sido el primero en resaltar ese detalle, pero yo había preferido omitirlo, no diría que sí sin antes estar segura. Ahora ya lo estaba.
Laura y Leandro se conocían desde hacía un tiempo, habían asistido al mismo campamento vacacional y su contacto había durado solo 1 ó 2 meses después de aquello. El susodicho aseguraba que ella había estado ‘’enamorada’’ de él, mientras que su versión era distinta, ella solo lo había encontrado atractivo, nada más serio que eso. Un arranque semántico brotó de mi cuerpo y le expliqué la diferencia entre estar ‘enamorado’ y que te ‘guste’ alguien, poniéndolo a él como ejemplo… José David y Harvin casi se atragantaron cuando escucharon salir de mis labios ‘’Tú me gustas a mí, pero no por eso moriré o dejaré de tratarte como, hasta ahora, he venido haciendo’’, una sonrisa orgullosa se dibujaba en los labios de mi amigo, mientras que a Harvin estaba a punto de desprendérsele la mandíbula, nadie, ni siquiera yo, esperaba tal valentía. El interpelado ahora llevaba un rojo carmesí hasta la mitad del cuello y no podía sostenerme la mirada, no era como si la evitara, era como si no pudiera dirigirse a mí hasta calmar su sonrojo. Poco después el tema fue abordado de manera informal, le conté las veces que me lo negaba a mí misma y que mi amigo me contradecía, las veces que estaba decidida a decírselo y que me mordía la lengua… Una charla sobre cómo me gustaba alguien CON ese alguien. Me había quitado un peso de encima y estaba más que agradecida.
Las sorpresas no cesaban. En el colegio donde trabaja mi mamá se hacía un cierre anual de proyectos y una pequeña graduación que no excedía de 10 alumnos. El colegio estaba compuesto por niños y maestras auxiliares especiales, en su mayoría sordos, yo llevaba unos años mejorando mi Lengua de Señas, pero nunca tenía un avance significativo. Mi corazón se encogió en mi pecho cuando vi a los graduando de 6to grado, 2 de ellos eran los que saludaba cada vez que hacía una visita, y 1 (la única hembra) se había ganado todo mi cariño. Uno de los que saludaba, curiosamente, era oyente, había entrado a la institución por otros motivos, por eso me había extrañado escucharlo hablar con total soltura con una profesora, me sentí desubicada. Lo había abrazado al llegar, cuando la actividad había culminado se acercó de nuevo a mí y en medio de un abrazo me confesó que le había gustado desde la primera vez que me había visto, que me extrañaría y que en su corazón siempre habría un lugar para mí; si ya estaba sentimental, después estaba incluso peor. Contrario a lo que la gente imagina, los graduando de 6to grado son mayores de 15 años y, el sujeto en cuestión, llevaba encima 18 años de vida, uno más de los que yo poseía. La confesión me había tomado por sorpresa ya que siempre había creído que tenía cierta reticencia hacia mí, desconociendo aún la razón. Conservaba parte del orgullo por mi acción del día anterior y, debo admitir, que aquello alimentó, al menos un poco, mi casi abandonado ego.
Como habían noticias buenas, también habían malas. La abuela de Catalina, una de mis 2 mejores amigas, había fallecido, y ella estaba devastada.
Su abuela era su pilar, la columna y ella las extremidades, era la que le aclaraba la vista cuando todo se volvía oscuro, y ahora no estaba, así de simple. No era partidaria de los velorios, lo que me hacía tener una opinión muy personal sobre el concepto de ‘alma’, ‘espíritu’ y ‘cuerpo’, por eso trataba que Catalina pensara con cabeza fría, no quería por nada del mundo que se desmayara o se desesperara al ver a su amada abuela en una caja sin vida, detrás de un vidrio. Para mí, era el peor recuerdo que podía conservar un ser humano.
En toda mi vida solo había asistido a 4 velorios: El de mi tía Delia (Mamata, de cariño), mi abuela Mística, el abuelo de Andrés (mi mejor amigo) y, ahora, el de la abuela de Catalina, todos involucraban a un ser fundamental en la vida de la persona, yo incluida. Conocía los sentimientos y la confusión, emocional y física, que se sufría en menos de 24 horas, uno sentía dolor, ira, frustración, culpa, agonía, desespero y luego…nada, a eso se reducía todo, a un zombie que apenas pronunciaba monosílabos, esa era la peor de las etapas, y lo más triste era que nada podías hacer, ni viviéndolo ni viéndolo, solo podías esperar a que la tormenta pasara. En mi caso, había estado excesivamente alerta, en la funeraria llevaba café y sonreía a diestra y siniestra, era mi forma de ignorar el dolor y, tratar de ignorar, el vacío en mi estómago, la sensación se semejaba a ráfagas de viento que levantaban hojas del suelo.
Mi abuela, al igual que la de Catalina, era Cristiana, ellos acostumbraban hacer cadenas de oración durante el velorio, por lo que la presencia de una Ministra no me extrañó en lo absoluto. Algo en sus palabras me llevó de regreso a ese 13 de Abril del 2010, ese día en el que le había dicho adiós al cuerpo carnal de mi Mística Rosa, sus palabras me devolvieron al salón lleno de personas que se lamentaban unas con otras cerca del ataúd, a los primos que tenía meses sin ver, a los tíos que lloraban como niños pequeños y limpiaban sus lágrimas esperando no haber sido vistos, las lágrimas se aglomeraban en mis ojos y los asistentes daban por sentado que compartía el luto de mi amiga, de cierta forma, lo hacía. El evento había traído a mi memoria todo lo que había ocurrido después de ambos velorios, la forma en la que Dios me había permitido despedirme de mis 2 madres, de la tía que me ayudaba a hacer la tarea y de la abuela consentidora, la vida no me alcanzaría para agradecer esos abrazos y palabras en sueños que venían a mí cuando más los necesitaba…Esperaba que mis 2 mejores amigos tuvieran ese regalo y compartieran mi alegría. El dolor está, pero siempre es reemplazado por un sentimiento más hermoso: La certeza de que alguien está cuidándote desde otro lugar, uno más tranquilo, en el que espera paciente tu compañía.
Se despide, La Jonatica Universitaria