Primeras veces.

03.01.2019 03:20

A través de los años escuchamos decir siempre a los demás que la primera vez de la mujer es algo que nunca se olvida y que te cambia: el primer beso, el primer amor, cuando pierdes tu virginidad, entre otros. Yo digo que tal vez tengan razón, pero no como realmente creen. Aquí va un recuento de mis primeras veces y el recuerdo que conservo:

Mi primer beso: cuando estaba en primer año de bachillerato, había un muchacho llamado Jesús que era demasiado extrovertido y se unió a mi pequeño círculo de amigos. Lo que más me llamaba la atención de él era su corte de cabello estilo ‘’hongo’’; en partes iguales, porque lo hacía verse bonito o porque me extrañaba que la coordinadora y la psicóloga no se lo hubiesen mandado a cortar.

Nunca he sido de jugar ‘’verdad o reto’’ o cosas similares y ese día no fue la excepción. Estábamos en clase de inglés, si mal no recuerdo, y un grupo considerable comenzó a jugar mientras José Eloy, mi mejor amigo, y yo conversábamos sobre nuestra serie favorita. Creí escuchar que Ángel o Ana retaron a Jesús a darme un beso y, si no me equivoco, las reglas dicen que los retos solo pueden cumplirse entre los jugadores. Él se acercó a mí  y me dijo ‘’lo siento, Puchi (mi eterno apodo), pero me retaron’’. Acto seguido rozó mis labios por una milésima de segundo y se alejó gritando que ya había cumplido… No sé si la repentina emoción de una meta realizada nubló mis sentidos, pero no creo haber sentido nada más que una profunda incomodidad.

Unos dos meses después Jesús y yo enmendamos el error y nos dimos unos cuantos ‘’buenos’’ besos, aunque sigo creyendo que seguía siendo un juego. Mi yo de 12 años jamás conocerá la diferencia. Alrededor de esa fecha me comenzó a gustar Anibal, su hermano, y estoy segura de que Jesús me hizo quedar mal ante él a propósito unas doscientas veces. Todo esto ocurrió entre marzo y junio.

Mi primer novio: en septiembre de ese mismo año, comenzado segundo de bachillerato, dividieron las secciones ya que éramos demasiados para un solo salón. José Eloy y yo, a petición explícita del director, fuimos separados. Qué puedo decir, hablábamos demasiado. Uno de esos días, durante el receso, me presentó a un muchacho blanco como la leche, con pecas en el rostro y los ojos color verde aceituna. Se llamaba Edgar y creo que quedé prendada ese mismo día. Recuerdo que había comprado unos pastelitos grasientos en el cafetín y su mano derecha estaba ocupada con ellos cuando extendí la mía a modo de presentación.

Los días pasaron. Un recreo como cualquiera, fui a saludarlo y, desde otro ángulo, lucía como si yo lo hubiese besado en los labios en lugar de la mejilla. No pasó mucho hasta que tuvimos a casi todos nuestros amigos alrededor preguntándonos qué había ocurrido realmente. Entre un millón de preguntas e insinuaciones, fuimos retados (¿ya mencioné que nunca juego eso?) a darnos un beso. La Elvimar de ese momento solo había tenido desafortunados encuentros con Jesús, así que la idea me parecía más que patética.

A diferencia de mí, Edgar estaba rojo como un tomate y, sacando una determinación de no sé dónde, me hizo una seña para que, simplemente, nos diéramos un beso y ya. Eso sin saber que Julio, otro pecoso que aún hoy está en mi corazón, estaba grabando y ese video, posteriormente, correría por todo el colegio. Respiramos profundo y lentamente unimos nuestros labios. No sé si fue mi atracción casi inmediata cuando lo conocí, pero me pareció el beso más dulce de la vida. Internamente, estaba derretida de amor (que tontos somos de adolescentes).

Haciendo caso omiso de la pequeña voz en mi cerebro, le dije a Edgar que fingiéramos ser novios por una semana (que locura la mía), a lo cual él aceptó. Esa semana se convirtió en un mes que me hizo suspirar y creer ‘’en pajaritos preñados’’. No sé si nuestro noviazgo fue honesto o no, pero más de una vez creí sentir maripositas en el estómago. Fue una experiencia que, aunque corta, fue interesante.

Nunca supe por qué, pero Edgar dejó de hablarme los 5 o 6 meses siguientes. Tuvo 3 novias en ese período, siendo una de mis mejores amigas con la que duraría dos meses, incluyendo San Valentín. Hicimos la paz gracias a una tarea de dibujo técnico que yo le estaba haciendo a José Eloy y él no sabía cómo terminarla. Fuimos amigos hasta que se retiró del colegio al finalizar el año escolar.

Mi primer amor: esta historia es tan cómica que hasta el protagonista la sabe, así que no tengo ni la menor vergüenza en contarla. Desde los 13 años hasta los 18, estuve ‘’enamorada’’ de Miguel, un muchacho dos o tres años mayor que yo y que, por azar del destino, se convirtió en el mejor amigo de mi primo. Agárrense de sus asientos porque esto será largo.

Alrededor del tiempo en que Edgar y yo retomamos nuestra amistad, una actividad en el colegio y una niña sentada al lado de una hielera esperando que vinieran por ella, me llevaron a conocer a otro blanco con pecas de profundos ojos color miel que trastornaría mi vida aún después de graduarse. Si comienzas a leer esta parte esperando que al menos me haya besado, pues salta al siguiente punto porque nunca ocurrió. Si quieres leer cuántas veces puedo ridiculizarme ante alguien, entonces no te pierdas ni una línea.

Lo vi unas 3 o 4 veces antes de las vacaciones de agosto, así que, cuando regresamos en septiembre estando yo en tercer año y el en quinto, ya sus ojos me habían dado vueltas como un trompo en sueños.

Pero me estoy adelantando un poco. Mi tío y mi tía tienen 3 hijos, quienes se cambiaron para el mismo colegio que yo: Jhoan, que ingresó en quinto año; Melanie, en cuarto; y Gabriel, en quinto grado. Siempre hemos sido súper unidos y estudiar en el mismo colegio implicó varias idas a su casa o paseos gratis y sin escalas a la mía.

El primer día de clases vi a Jhoan conversando con Jhonny, el novio de una amiga, así que me acerqué a saludarlos a ambos. Él me dijo que mi tío iba a enviarme unas cosas para mi papá ya que, para esos días, no podría ir a la casa. Quedamos en que lo llevara al día siguiente e hice mi camino a la cancha para encontrarme con Miguel jugando. Debo admitir que me senté en las gradas a babear como la estúpida que era.

Al día siguiente salí al receso buscándolo y lo encontré en un lugar al que llamábamos ‘’la casita’’, ya que era una vieja caseta utilizada la mitad para depósito general y la otra para depósito de implementos deportivos… O sea, dos o tres balones a medio inflar y las tablas de juegos.

Me acerqué lentamente y casi me desmayo cuando vi que a su lado estaba sentado Miguel. ¿Qué probabilidad en el mundo había de que, de las dos secciones, él quedara en la B? ¿Qué de los 40 estudiantes, él decidiera, precisamente, ser su amigo? El aire me llegaba forzosamente a los pulmones cuando mi primo me llamó para que fuera hasta ellos.

Caminé hacia él y nos abrazamos. Cuando me soltó, Miguel, con los ojos desorbitados, dijo ‘’¿ustedes se conocen?’’ y Jhoan respondió que éramos primos, como si nada. Tomé asiento entre ellos mientras me explicaba para qué era lo que me estaba dando y que mi papá ya debía saber y… en realidad creo haber escuchado la mitad.

Dos semanas después estaba en el cuarto de Melanie explicándole que el Miguel del que le había hablado era el mismo Miguel que en un mes asistiría al cumpleaños de mi primo en esa misma casa…al que yo, obviamente, estaba invitada. Me quería desmayar. Y sí, queridos lectores que me tienen en alta estima, alrededor de ese espécimen siempre creía que iba a desmayarme.

El cumpleaños de Jhoan llegó y creo que jamás había puesto tanto cuidado en la ropa que iba a usar o en los zapatos que debían combinar. Me uní a los conocidos amigos de siempre y saludé cautelosamente a los 4 que reconocía del mismo salón. Sentí, más que ver, cuando llegó. Mi grado de estupidez pasó de 2 a 2.000 en menos tiempo del que creí posible. Pasé el resto de la noche conversando con él y tratando de disimular el sonrojo que poco después se haría común en mí.

Los meses pasaron y, puedo decir sin el menor ápice de duda, que pensaba todo el día en Miguel. Comencé a anhelar los pequeños momentos en los que nos cruzábamos en las escaleras y coincidíamos en el filtro. Si no estaba loca, estaba bastante cerca del psiquiátrico.

Iba a lo cumpleaños de todos, las reuniones de fin de semana, incluso se quedaba a dormir algunos días y yo estaba al borde de una crisis. Ni siquiera mi obsesión por los Jonas mitigaba el asunto. Me había vuelto tan conocida en el colegio por eso que la promoción anterior me gritaba ‘’Elvi De Jonas’’ cada vez que me veían pasar, así que en su salón varios conservaban la tradición.

Todos los años, el grupo que está por graduarse realiza un montón de actividades para recaudar dinero y yo, como buena prima abnegada que soy, asistía a todos (claro, porque nadie se había dado cuenta). En el parrandón navideño, estuve un rato con Jhoan y su grupo hasta que una banda local medianamente conocida llegó y una de mis mejores amigas me arrastró lo más cerca posible de la tarima para verlos… No me sabía más de una canción y aun así obtuve el autógrafo del baterista.

Para el parque de diversiones (en Venezuela lo llamamos coloquialmente ‘’caballitos’’), tenía la firme intención de insinuármele a Miguel a ver qué tanto podía obtener de él. Si me decía que me veía bonita, estaría más que feliz.

Para mi sorpresa, me saludó cariñosamente y sentí como la sangre se arremolinaba en mis mejillas mientras mi sonrisa amenazaba con romperlas. Estuve un tiempo considerable con el grupo hasta que mis amigos me llevaron a otras atracciones. Miguel me ofreció subirme con él a una que todavía a mi edad me aterra y me escabullí como pude aun sacrificando un posible apretón de manos por más de un minuto.

Fue muy dulce conmigo ese día y creo que eso hizo que sintiera que me enamoraba más de él, si es que a eso se le puede llamar amor. No tuve ningún novio alrededor de esas fechas, solo uno en mi último año y no creo que tener el fantasma de Miguel encima haya ayudado a que la relación no terminara tan trágicamente.

La graduación llegó y con ella un dolor en mi frágil y joven corazón. Ya no podría verlo todos los días o pasar distraídamente por su salón durante alguna clase. Pensé erróneamente que ahí terminaría todo, pero solo me engañaba.

Al igual que antes, cada cumpleaños, celebración, reunión casual, incluso fechas como navidad y año nuevo, él estaba ahí, con el agregado de que se había mudado a unas cuadras de mi casa y nos cruzábamos en la panadería o en la avenida. Mi primo, en su infinita inocencia o complicidad, lo invitó a todos mis cumpleaños y a mi posterior graduación de bachiller. Al ser Jhoan músico, se ofreció a cantarme algo y Miguel se le unió espontáneamente. Mi siempre perspicaz madre supo que ningún regalo sería mejor que ese…y luego me hizo cantar a mí. Si no había muerto para ese entonces, cantar frente a él probablemente me mataría.

Entré a la universidad y decidí que compensaría todo el tiempo que había perdido detrás de él, así que comencé a salir con chicos que me gustaran y a descubrir quién era yo realmente. Cerré la historia el día de mi cumpleaños número 18 cuando me propuse besarlo (fallando olímpicamente) y terminé con una borrachera que me duró tres días, un corazón destrozado y la promesa de que no volvería a hundirme así por nadie.

Honestamente, agradezco que nunca me haya dado esa oportunidad. Nadie merece rebajarse tanto por alguien que jamás te corresponderá igual. En agosto de ese año, escribí una historia breve con final abierto en el que resumí lo que mi descabellada mente quería y dejaba a decisión de los protagonistas el siguiente capítulo. Esa historia solo la conocen no más de cinco personas y ahora, 4 años después, no sé si algún día pueda reunir el valor para enseñársela. Algunos anhelos solo deben morar en nuestros corazones y creo que a la Elvimar de 18 años no le gustaría eso. Tal vez a la Señora casada de casi 23 le dé risa…

Mi primera vez: me falta poco para llegar a la verdadera razón de esta entrada, pero para ver lo bueno, siempre hace falta ver lo malo, aunque sea solo para no volver a cometer el error. En esta oportunidad, el protagonista no tendrá nombre, puede ser porque no lo merezca o porque, realmente, no es relevante.

Conozco mujeres que han esperado años para intimar con su novio de toda la vida, que han planeado por meses la velada perfecta o que llevan meses ‘’cuidándose’’ para no pasar sustos después. Yo no fui ninguna de ellas.

Lo conocí por casualidad y compartí casi a diario con él por dos meses. Lo escuché hablar de su novia histérica y de las veces que habían terminado. Vi cómo hablaba con otros hombres acerca de lo poco dispuesta que ella estaba algunas veces. Eso me gano por tener tan pocas amigas y tantos amigos.

Él no lo sabía y yo no se lo dije…

Cuando tienes relaciones, hablas de eso constantemente, pero cuando eres virgen no te interesa tanto. Yo siempre fui extrovertida y, para ese tiempo, había tenido una especie de despertar en el que era clara con lo que quería y lo tomaba sin pensarlo. Si me gustabas, te lo decía y tú veías qué hacías con eso.

Volví a ver al novio que tuve durante mi último año de bachillerato y él casi atravesó el piso con su mandíbula cuando me vio caminar hacia él y decirle que había sido un completo idiota por no haberme aprovechado cuando me tenía comiendo de su mano. Fue uno de esos momentos en la vida que vale la pena grabar y reproducir cuando olvides tu valía.

Volviendo al protagonista sin nombre, no puedo decir que me sedujo contra mi voluntad, solo que yo ‘’me dejé hacer’’. Tenía un mal concepto del mundo y era estúpida.

Dos meses después de mutua ignorancia, decidimos sentarnos a discutir lo que pasó ese día y, de cierta forma, hicimos una tregua. Él pensó que yo querría repetirlo, pero no había una persona en el mundo más equivocada que él.

Los meses siguientes, un fantasma de mi pasado volvió a ‘’cortejarme’’ esperando ser el segundo en la lista y también recibió un rotundo no. Son cosas que aún le duelen y, cada vez que puede, me recrimina, pero creo que esta vez salió de mi vida definitivamente.

Nunca entendí qué significa el término ‘’señorita’’, porque primero te dicen que es la mujer que se conserva virgen y luego la que no ha tenido hijos… Yo aún me considero una señorita porque no dejo que nadie me pisoteé ni me haga sentir menos. Me considero señora solo a veces cuando la gruesa alianza de mi anular izquierdo distrae la atención del idiota que me ha pedido el número dos veces.

Lo que nos lleva al meollo de la situación…

Ninguna de mis primeras veces fue la mejor. Mi primer beso fue horrible, mi primer novio no sé si me quiso, mi primer amor me ignoró olímpicamente hasta que me vio feliz con mi esposo y mi primera vez… Desearía poder volver el tiempo, pero creo que gracias a ella aprendí a valorarme más.

Mi mejor beso antes de conocer a mi esposo creo que fue con alguien que ahora es abiertamente gay, pero, siendo honesta, nada se compara con el primer y el segundo beso que Jose Luis y yo nos dimos. Si tenía alguna duda de cómo se sentían realmente las mariposas en el estómago, ahí lo comprobé.

Fue el primer novio que toda mi familia conoció, el único que traje a la casa, el amor más bonito, los sentimientos más fuertes, la felicidad más grande, pero sobre todo la confianza y la seguridad que él ha hecho brotar de mí no creo que la haya tenido alguna vez.

Todos mis errores me trajeron a él. La primera vez que estuvimos juntos me hizo entender por qué el protagonista sin nombre había sido un total idiota. No tiene nada que ver con el lugar o la forma o incluso las posiciones (por favor, hombres, dejen de creer en lo que muestran en las pornos), sino con lo que sucede entre dos personas que se atraen. Nunca he estado cómoda usando ropa reveladora, ¡ni hablar de estar desnuda!, pero cuando la persona correcta llega a tu vida, simplemente te das cuenta de por qué no funcionó con nadie más.

No iba a ser novia de Jesús o a casarme con Edgar o a tener el felices para siempre con Miguel… No iba a tener nada de eso con ellos porque Jose Luis estaba esperando por mí y yo por él.

En los últimos meses me he dado cuenta de las pequeñas cosas que convergen en el universo para que vivamos determinadas experiencias. Mi mamá iba a hacer un postgrado en España cuando mi papá la convenció de casarse con él; meses después a él le ofrecieron un trabajo a largo plazo en Canadá; cuando tenía 14, mis papás me dijeron que querían enviarme a una academia militar; cuando cumplí 16 pude haber decidido no estudiar Letras; en el segundo semestre pude haber decidido abandonar; ese 23 de octubre pude no haberle dicho que me besara…

Toda nuestra vida está determinada por una decisión que tomaste en un momento, hora y lugar específicos. Cuando le dije a Jose Luis que lo amaba, no esperaba que me respondiera inmediatamente. Quería que su respuesta fuera honesta y deseaba con todas las fuerzas de mi corazón que él lo hiciera. Quería que me amara y, como la boba que soy, pasé más de una semana diciéndolo y callándolo para que no me respondiera un escueto ‘’yo también’’ por compromiso, sin saber que él moría de ganas por mirarme a los ojos y decirlo de verdad.

La primera vez que me pidió que nos casáramos, teníamos casi nueve meses de novios y veníamos saliendo de nuestra mayor discusión. Pensé que una serie de eventos duros lo habían empujado a eso, pero no sabía que esos eventos eran los que lo habían hecho descubrir que en su futuro me quería a su lado.

Después de ese día, me lo pidió unas ochenta veces entre besos, sonrisas, miradas cómplices, risas interminables y tantas cosas que me faltarían palabras para explicarlo. Nunca funcionó con nadie porque estaba escrito que solo funcionara con nosotros.

Él vivió en otras ciudades, algunas cuyo nombre yo no conocía. Tuvo novias, amores, salidas, una vida social que yo no comprendo… y tampoco funcionó. Nunca había pensado en casarse y después simplemente me lo pedía cada semana.

Lo vi pasar de chico serio y misterioso a esposo devoto. Vi en sus ojos el día que pidió mi mano que yo significaba más para él de lo que alguna vez podría decir; pero, si por casualidad aún tenía dudas, aquel 16, cuando usó su traje nuevo y las lágrimas nublaban su visión, todas se esfumaron. El día que nos dimos el ‘’sí’’ entendí porqué toda mi vida se reducía a pequeñas decisiones.

No recuerdo el primer video que vi de los Jonas Brothers, pero sí recuerdo el video que me enamoró.

No recuerdo cuando conocí a la mayoría de mis amigos, pero sí cuando se volvieron parte importante de mi vida.

No recuerdo la primera vez que me rasuré las piernas, pero si recuerdo la vez que me corté el tobillo y estuve sangrando como media hora.

No recuerdo la primera vez que nadé, pero si la emoción que me da estar debajo del agua.

No recuerdo muchas de mis primeras veces, pero puedo decir que las segundas siempre son mejores. Tal vez mi experiencia no sea la más acertada o quizás estoy viendo las cosas solo desde mi punto de vista, pero nunca se trata de quién es el primero en dejar una huella, sino quién se mantiene sobre ella para hacerla permanente.