Momentos.
Tiempo, tiempo, tiempo… ¿Qué será eso que llamamos tiempo? ¿Algo que se agota? ¿Algo que se renueva? ¿Algo que emociona? ¿Qué entristece? ¿Qué une? ¿Qué separa? No sé lo que es el tiempo, pero sí sé qué son los momentos.
Los momentos son pequeños espacios en la vida que te marcan para siempre. Pueden ser buenos o malos, como todo en la vida, pero siempre te enseñarán algo. Los momentos que he vivido en los últimos meses me ayudaron a entender muchas cosas.
La relación que he llevado con mi familia desde hace un tiempo no ha sido la mejor (y lo admito), pero no todo está perdido. Le digo hasta el cansancio a la gente que trato la importancia de recuperar la sensibilidad y la humanidad que el mundo nos ha robado, pero yo formo parte también de ese mundo ladrón y tosco.
Perdí a mi Akeena Catalina hace un mes y el alma se me abrió en dos cuando vi cómo mi tío y mi papá la enterraban. Entendí la fuerza del apego emocional de mi tía Nancy a sus gatos y lo difícil que fue para ella enterrar a Brandy hace tantos años. Akeena me enseñó a ser mamá de una peluda de 4 patas que ladraba y sacaba la lengua; que se robaba los zapatos y los ponía todos juntos; que le encantaba comer panes recién hechos y me olía venir desde la panadería… Mi niña fue mucho más que una mascota para mí y siempre estaré agradecida con Dios y con las personas que la hicieron llegar a mí por honrarme con su presencia. Cometí muchos errores y me disculpé cientos de veces y aun así ella hacía algo malo y pasaba horas con la cabeza baja lloriqueando a mis pies. Todas las lágrimas que ella no soltó se desbordaron por mis ojos el día que me dejó. Se fue apagando lentamente y un día, después de que sus energías casi se agotaran, alguien me dio esperanzas, pero ya era demasiado tarde. La veterinaria se fue y yo corrí a abrazarla emocionada. Le dije que todo estaría bien, que saldríamos de esta, que le haría toda la pasta que encontrara en la alacena cuando se mejorara y me fui a mi cuarto, sin saber que esa era la última vez que sus ojos me mirarían. Papá entró al cuarto media hora después y dijo que ella había muerto. Salí en las peores fachas que tenía y corrí a unos pasos del último lugar en el que la había visto. Mi niña tenía los ojos abiertos al igual que el hocico… No respiraba. No se movía. Ella. Estaba. Muerta.
Creo en algunas cosas más allá de la religión y siempre supe que mi pequeña era un alma demasiado noble como para no ir a un lugar mejor que este. El ambiente en casa era terrible. Los 4 estábamos hechos un mar de lágrimas. Cada palabra era arrancada de nuestras cuerdas vocales, dando la sensación de tener una motosierra atascada sin esperanzas de poder sacarla. Mamá sirvió la sopa que yo le había hecho a Akeena y casi nos obligó a todos a tomarla. Ninguno quería comer. Yo no podía escribir. Desde que ella se había enfermado me sentía seca. Metí el dedo en la llaga y conté al aire las veces que tuve que ‘‘empujarle’’ la medicina, la vitamina, la comida, hasta el agua más de una vez. No le hablaba a nadie, solo lo hacía para afincar más la motosierra y sacar toda el agua de mi cuerpo.
Jose Luis me ayudó a salir progresivamente de mi precario estado. Me estaba convirtiendo en un zombie sin emociones. Cada vez que alguien decía algo que me recordara a ella comenzaba a llorar descontroladamente. Una semana después decidimos recibir a una nueva integrante en casa. Mamá (como buena psicóloga) dijo que teníamos todo el afecto reprimido y que debíamos darle la oportunidad a otra peluda. De esta forma llegó a casa Galatea Afrodita, una mestiza de dos meses color arena con un ladrido fuerte y potente. Ni mamá ni papá habían tenido una ‘‘mascota’’ tan pequeña, así que se convirtió en nuestro experimento. Papá sigue diciendo que la tratamos como una bebé, pero no sabemos hacerlo de otra forma. Aún se nos enreda el Akeena en la lengua cuando hablamos de Galatea, pero sabemos diferenciarla por su carácter. De alguna forma creemos que la casa tiene memoria y por eso ella hace cosas que mi niña hacía. Tal vez sea demencia juvenil, ¿quién sabe?
A veces me sorprendía lo seria que se había vuelto mi relación con Jose Luis. Cada vez que regresaba a casa después de una tarde con él o que él se iba en la noche después de las acostumbradas visitas, venían a mí una especie de flashes del año pasado. ¿Qué había cambiado él en mí? ¿Había cambiado yo algo en él? ¿Qué hice para merecer a alguien así en mi vida? ¿Cómo hice para conseguir este compañero? ¿Habrá otra forma de decir ‘‘te amo’’? Superábamos cada reto impuesto (con algunos traspiés) y asumíamos otro casi de inmediato. Daba todo de mí para conectar con las personas que él consideraba importantes. Nuestras familias se parecían en varios aspectos y eso lo desconcertaba un poco. Hace no mucho llegó a casa cuando mi tía, mi tío, mi prima-hermana y mi sobrino estaban aquí… Me dijo que los escuchó desde la esquina. Ambas familias son excesivamente escandalosas y él es más taciturno. Yo estoy en el medio: podía ser algo solitaria, pero también podía ser la de la voz cantante. Solíamos preguntarnos sobre el futuro en momentos que no tenían nada que ver. Nuestras charlas eran abstractas y sonaban como algo lejano, como si esperáramos el paso de un cometa o un tsunami. Discutíamos las virtudes de los países que más nos gustaban y negociábamos posibilidades. Cada idea sonaba a una aventura con mochila al hombro. Varias veces me encontré a mí misma perdida en su mirada mientras hablaba sobre nuestro futuro. ¿Se dará cuenta alguna vez de todo lo que causa en mí? YO estaba negociando mis planes con él. Tal vez la gente tenga razón: nada está escrito, pero mucho se ha dicho.
Las clases seguían siendo clases. No hay muchas novedades. Estudiar a distancia, si bien relativamente nuevo, es básicamente lo que he estado haciendo todos estos años. La única diferencia es que tengo a alguien que me evalúa. He aprendido a hacer muchas cosas con tutoriales o con textos complementarios.
El Elite está en paro de nuevo.
La práctica profesional de radio va de maravilla. Descubrí que me gusta tener la oportunidad de expresarme y tener escuchas fieles que llamen, pregunten, se cuestionen lo que digo y más. Podía ser mi nueva pasión ;)
Decidí permanecer en el centro comunitario de aprendizaje como voluntaria este período próximo a comenzar. Me gustaba y quería quedarme. Punto. No tenía que explicarle a nadie mis razones ya que solo yo las sabía. Para mamá no fue una sorpresa. Papá me dio su mejor mirada de perrito y se lamentó por no tenerme tampoco este semestre en la piscina… Y Jose Luis me preguntó si valía la pena. Creo que en parte esperaba exactamente esas 3 reacciones.
Cada vez estoy más cerca de cumplir mis metas…
Se despide, La Jonatica Universitaria