La invitada.

24.10.2014 15:37

La oportunidad estaba servida en bandeja de plata y no podía desaprovecharse. Las piernas me temblaban, mis manos estaban frías, las de Michael no dejaban de moverse… pero jamás habíamos estado más seguros de esto.

En el penúltimo salón del lado derecho del bloque una obra se formaba lentamente, un profesor ofrecía un sinfín de escenarios en un pequeño rincón del lugar, dos alumnos se levantaban valientes ante la atenta mirada de los presentes… sus vidas se reducían a ese momento.

La marca espacial fue dada y Atenea nació. Ares la miraba y sonreía, Hermes aún no se presentaba, así que era el encargado de las marcas. Los presentes reían y se sorprendían en los momentos justos. Atenea se sonrojó furiosamente cuando Ares le dijo que era hermosa. No estaba preparada en lo absoluto para eso.

Hermes hizo su aparición y los dos personajes se sobresaltaron. El guion decía que debían besarse, pero, detrás de Atenea y Ares, había dos mejores amigos que se rehusaban a hacerlo.

Después de una hora, dos interrupciones educativas y muchos sonrojos de parte de Atenea, la obra llegó a su fin. Casi pude ver cómo Atenea, Ares y Hermes nos abandonaban y volvíamos a ser Michael, el profesor Mario y yo. Los aplausos no se hicieron esperar y el corazón se me encogió cuando descubrí que eran para nosotros.

La ronda de retroalimentación logró, incluso, más sonrojos que la de actuación. Mis compañeros elogiaban nuestra iniciativa y entusiasmo y Michael me miraba cada vez que escuchaba un cumplido más.

La clase llegó a su fin y me lancé a abrazarlo y besarlo. ‘‘Creo que hoy te amo más que ayer’’ le dije entre besos. Me abrazó efusivamente y me dijo algo similar. Este era el comienzo de algo grande.

El centenario de Cortázar era una fecha importante y también parecía serlo para los nuevos ingresos. Eufóricos estudiantes leían poemas y cuentos del célebre escritor y yo solo podía mirarlos atontada preguntándome cómo había ocurrido esto. No era común, pero era gratificante.

Uno de mis compañeros me nombró por el micrófono, logrando que una efusiva Clara y un sonriente Santana se acercaran a mí. No quería leer frente a todos ellos, era una postura muy personal que no tenía nada que ver con el miedo escénico… eso lo había perdido menos de media hora atrás. Clara luchaba por arrancar mi brazo y Santana solo tuvo que rozar sus labios con mi mejilla para que me pusiera de pie de un salto, ¿qué podía decir? Sentía debilidad por los chicos lectores.

Al ver que yo no pasaba, Santana decidió recitar de memoria un poema. No podía dejar de ver cómo se metía en la piel de un poeta mientras lo hacía. Levantó la vista y me vio embelesada observándolo. Me sostuvo la mirada mientras culminaba y sentí cómo me derretía internamente. Definitivamente ese había sido un excelente día.

 

Me propuse a mí misma reanudar las entradas constantes y volver a escribir, al menos, una vez por semana. Dejen sus comentarios en el libro de visitas que mucho sabré apreciarlo. Un beso psicológico.

 

Se despide, La Jonatica Universitaria