Hola, pequeña.

26.04.2015 18:34

A mis padres, por enseñarme a ser fuerte

 

Hola, pequeña. Te escribo a ti, a la que sonríe y se sonroja; a la que ríe y llora; a la que tuvo que superar lo que pasó y aprender a vivir con eso.

Te escribo a ti, mi pequeña de casi 12 años. Sé que en un mes será tu cumpleaños y no planeo perdérmelo. Ayer te vi cuando llegaste del colegio con una sonrisa que no cabía en tu rostro… que horas después se borró.

Caminaste con el Sr. Venancio, el hermano de tu vecina Ana, hasta la torre donde él vive con su hijo y su familia. Aceptaste acompañarlo desde el segundo piso de la torre 4 (que era donde vivías) hasta la planta baja de la torre 3… Conversabas amenamente con él. Era un pobre viejo ciego que todos los días distribuía su tiempo entre el apartamento de su hijo y el de su hermana. Lo conocías desde siempre, estaba ahí escuchando cómo la Sra. Ana te enseñaba a dividir, ¿recuerdas cuánto te costaban las dos cifras? Él reía al escucharte resoplar cuando la ecuación no daba el resultado esperado. Lo siento tanto, debí haberte advertido, pero mamá gritó y tampoco la escuchaste.

Bajaron las escaleras y él posó su mano izquierda sobre tu hombro derecho mientras se apoyaba con el gastado bastón en la mano derecha. Perdóname de nuevo, mi niña. Pasaron la torre 4 y, cuando pasaron el callejón que separaba las torres, mamá ya no pudo verte… pero yo estaba ahí. Comenzó a decirte que no sabía en qué momento habías crecido tanto, que ya eras casi una mujer, que podía jurar que eras muy hermosa… que hasta olías diferente. Su mano se deslizaba lentamente por tu hombro y comenzaste a sudar frío. Murmuraba cosas que no podías entender porque tu corazón se aceleró todo lo que pudo y se instaló detrás de tus oídos. Él no debía estar haciendo eso. Comenzaste a reír nerviosamente como pocas veces hacías y él, en un descuido, posó su mano sobre tu pequeño y virginal seno. Lo siento tanto, mi niña. Apretó unas dos o tres veces y te recordó lo hermosa que de seguro eras. Tu respiración era casi un siseo y tu corazón podía escucharse a 2km a la redonda. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron a la planta baja de la torre 3. El Sr. Venancio quiso darte un beso e hiciste el ademán de acercarte, pero terminó besando el aire. Te invitó a subir y alegaste una extensa tarea de alguna engorrosa materia. Se despidió de ti y saliste corriendo con las lágrimas desbordándose por tus mejillas.

Tardé mucho en convencerte de que le dijeras a mamá, hasta llamaste a dos amigos para contarles. Solo pensabas en cuánto se molestaría por no haberle hecho caso… Me costó mucho que salieras del estudio y entraras al cuarto de ella. Prometí que no te dejaría sola y no lo hice. Mamá lloró contigo por más de media hora. Ni siquiera pudiste poner en palabras lo que pasó, solo hiciste la mímica y ella se incorporó para acunarte en sus brazos.

Esa noche fuimos al apartamento del hijo del Sr. Venancio y mamá les contó todo. El pobre hombre no podía creerlo y llamó a su padre a gritos. Mamá lo saludó con una profunda y trabajada ironía en la voz, ¿recuerdas su cara? Creo que hasta pálido se puso (y era moreno). Su nieta se acercó pidiéndote disculpas y tú la abrazaste y le susurraste que no se disculpara, no era culpa ni de ella ni tuya. Mamá y yo estábamos orgullosas de ti. ¡Casi 12 años y nos dejaste a todos fríos!

No volvimos a verlo los meses previos a la mudanza. La señora que vivía al lado de la Sra. Ana tenía dos hijas pequeñas que jugaban con el Sr. Venancio. Como comprenderás, no volvió a acercarse a ellas nunca más. Las 4 torres se enteraron de lo que pasó y te miraban con lástima y condescendencia. Yo les lanzaba una mirada asesina cada vez que estaba contigo. Qué hipócrita es la gente a veces, mi niña.

Eso fue hace 7 años… ahora hablemos de lo que pasó hace una semana.

Desde que saliste del bachillerato, tomaste las riendas de tu vida. Eres igual a mamá: disparas y después ves si cayó muerto. Eres impulsiva algunas veces, pero consiente en otras tantas. Ese día decidiste caminar las dos cuadras al Elite, ¡vaya que eres terca! Llevabas la chaqueta de tu novio amarrada a la cintura y pensabas en la noche anterior, cuando había susurrado un ‘‘te amo’’ en tus labios antes de besarte. Cuánto te cuidaba ese pelmazo, ¿no? Revisabas el brillante reloj amarillo en tu muñeca izquierda cada dos pasos. Relájate, mujer, llegarás temprano. Escuchaste un ruido detrás de ti y viste a un hombre salir de los arbustos. Seguiste caminando y no volviste a verlo.

No te dije nada porque yo también lo perdí de vista. De repente giraste tu cabeza a la izquierda y él caminaba tranquilamente a tu lado. Reíste por un momento y le dijiste que te había asustado. Él también rió y aprovechaste para detallarlo… no era un estudiante. Caminó a tu lado, pero asumiste que iba a la gasolinera, que estaba a unos 80 metros de ti. Una propuesta que desestimaste inmediatamente salió de su boca y aceleraste levemente el paso. Alguien más debía caminar por ahí, ¿cierto? No pasaría nada, ¿cierto? ¿Cuánto faltaba para llegar a la gasolinera?

Su mano derecha apretó tu nalga izquierda y aceleraste más el paso para separarte lo más posible de él. Soné todas las alarmas, pero ya era muy tarde. Comencé a hablarte al oído, a explicarte lo que debías hacer. Al ver que no cederías, el desaliñado hombre te pidió tus pertenencias. No tenías clase, pero alegaste una muy importante a la que tenías que llegar puntual. El hombre comenzó a empujarte contra la reja para que te detuvieras, pero seguías mi consejo y no detenías la marcha. La gasolinera, esa era nuestra meta. El hombre llevó su mano a la hebilla de la correa y te dijo que no corrieras porque te haría daño… no disminuiste la marcha y estoy muy orgullosa por eso. Trató de tocar tu lugar más íntimo y volvió a hacerte comentarios soeces al oído. Pequeña, lo hiciste muy bien. Seguiste caminando y llegaste al árbol que limitaba con la gasolinera. El hombre no era un gran problema, pero tuvo la fuerza suficiente para empujarte contra el árbol y tocarte hasta casi lastimarte. Se hartó de tu constante negativa y te dejó ir… Cuando te giraste, a pocos metros de ti, había una camioneta con personas dentro. Personas que no pudieron voltearse un segundo a ver cómo te toqueteaba un desgraciado.

Tenías que llegar, faltaba poco. Antes de entrar al Elite viste a Guillermo caminar hacia ti y no pudiste contenerlo más. Corrió hacia ti y soltaste las lágrimas que hacía mucho contenías. Lo hiciste tan bien, pequeña. Eres fuerte, ¿lo sabes?

No dejaste que nadie arruinara tu día y dramatizaste la obra que era tan tuya como toda una actriz. Te dije que estaría en primera fila observándote. Uno de ellos debía tocarte y tú negártele… ahí sacaste todo el asco que le tenías al hombre de hacía unas horas. Todos dicen que hiciste un gran trabajo para ser una simple lectura y no una obra plenamente estructurada. Así son las verdaderas actrices, ¿no? Siempre usan sus emociones a favor.

Saliste del Elite y viste clase en el Horance, ¿cuánto tardaría tu novio en llegar a casa? Cuando lo viste no pudiste evitar correr a abrazarlo… Tu tabla de rescate, ¿cierto? Le contaste al borde del llanto lo que había pasado y su mirada te traspasó el alma. Tu niño… Mi niño. Mi niño volvió a mirarme y yo me deshice frente a él. Le aseguré mil veces que estaba bien, que no había sido más que un toqueteo, pero él ya no me miraba. Comencé a temblar cuando las imágenes volvieron a mí y él me abrazó hasta que mis pedazos volvieron a juntarse. Lo obligué a que me mirara y le repetí que estaba bien, que era un mal trago y nada más. No me importó llegar tarde a casa, tenía que verlo, tenía que abrazarlo. Y, antes de dejarme ir, volvió a decirme que me amaba.

Contarle a mamá no fue fácil. Se repitió la misma escena de hacía 7 años, pero esta vez yo era más grande y no cabía fácilmente en sus brazos. Me dijo que lo había hecho bien, que estaba orgullosa de mí. Papá fue otra cosa. Él no dejaba de mirarme consternado por no haberle contado en aquel momento, pero por teléfono no era conveniente dar ese tipo de informaciones.

Jose Luis y él querían salir a buscarlo. Yo me negué. Hace dos días me enteré que un hombre con la misma descripción había tratado de asaltar a un amigo, pero él no se quedó con esa y descargó su ira en el pobre imbécil. No estoy a favor de la violencia, pero alguien debía hacer algo.

No soy la mujer maravilla, no soy invencible y mucho menos indestructible…

No me avergüenza contar lo que pasó, no es tabú para mí… así que espero que no lo sea para las otras mujeres que hay allá afuera.

 

Se despide, La Jonatica Universitaria