Feliz navidad.
Salir con una sonrisa forzada era la nueva moda, desear una ‘‘feliz navidad’’ era una mera forma de relacionarse, las personas competían por quién tenía más luces y quién cocinaba mejor el guiso de las hallacas… ¿Dónde estaba lo ‘‘feliz’’ en todo eso?
Alguien dijo una vez que la navidad no es la misma cuando comienzas a ver ausencias en la mesa, pero tampoco es la misma cuando no hay emoción alguna dentro de ti. Ese era mi caso. Mi abuela y dos de mis tías estaban en otro plano, mis primos y dos de mis tres tíos estaban en otro país… Solo quedamos nosotros en este mar de gente.
La zozobra nos mantenía en un estado deplorable. El silencio en la calle resultaba ensordecedor, la gente se movía a una velocidad extraña, salían a hacer colas eternas para ver qué conseguían, los regalos de aire se envolvían en papel transparente, la gente regalaba sonrisas vacías a personas que habían perdido sensibilidad…
A pesar de eso, no todo era tan malo: las reparaciones en mi casa eran a destiempo, pero estaban ahí; Santana era mi novio formal aceptado en casa, mi hermanito lo adoraba y eso me hacía feliz; mi hermano tendría su propio teléfono para que mamá lo llamara mil veces al mediodía y mi papá pasaba las tardes soldando protecciones para la casa. Quería sonreír, honestamente. No era la fecha lo que marcaba la diferencia, sino las personas que me acompañaban.
Este año terminaba como uno de los más movidos en mi vida. Hice cosas que no creí, rompí reglas que yo misma impuse, tuve mi primer trabajo, perdí mi primer trabajo, perdí amigos, gané unos nuevos mucho mejores, me desenamoré del incorrespondido ‘‘amor de mi vida’’, me enamoré de un chico de gorro rojo y lentes, me presentó a sus amigos, luego a su familia, lo presenté a la mía, nos hicimos novios, me hace visita en casa… Esas cosas tontas a las que nunca les había dado la importancia que realmente tienen eran exactamente los rituales que ahora encontraba maravillosos porque los hacíamos a nuestro propio ritmo, sin presión alguna.
Había esperado tanto cumplir la mayoría de edad y ahora estaba estúpidamente cerca de mi siguiente cumpleaños, ¿cuándo había pasado el tiempo tan rápido? Avanzaba velozmente en comunicación y esperaba con ansias el día en el que recibiera finalmente mi título para poder así dedicarme enteramente a letras.
Sonríe, sonríe, sonríe. No diré ‘‘espero que el 2015 me depare esto, esto y esto’’ porque es un año más, pero sí espero seguir en el camino que comencé hace dos años y descubrir qué pasará con este nuevo personaje en mi historia. Nosotros somos los que hacemos la diferencia, no los años ni los meses.
A mi familia afuera: los amo y espero que estén disfrutando una verdadera navidad.
A mi escasa familia aquí: saben que yo estoy sentimentalmente aunque no esté físicamente siempre.
En mi casa no hay luces, pero sí hay polvo; no hay arbolito, pero hay una mata de mango en el patio; no se comen uvas, sino mamones… En mi casa la luz viene de nosotros y la felicidad es el siempre hecho de que estamos juntos, sobrevivimos a la chikungunya y tenemos esperanza.
Se despide, La Jonatica Universitaria